No entiende de espontaneidad 
de nuevos planes, de cuelgues, de cambios de ropa
de sábanas calentitas, de manchas
de charlas, de sueños, de besos.

Siempre se impone, 
marca el orden, el deber ser
monitorea, castiga, controla
pero aún hay muchos que la miran
a los ojos 
y se le ríen en la cara. 

Sabe que hay un tiempo y un espacio
sigue ciega a su Dios de la hora
murmura a diario el sonido del tic tac 
y poco sabe de disfrutar. 

Premia a los puntuales
con la cucarda del orgullo al llegar cinco minutos antes 
pero ni ella ni ellos saben 
que llegar antes
también es ser impuntual.

Aunque suele hacer transpirar, correr, y hasta enojar
gracias a ella 
las cosas pasan.
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