El papel que vio tu primer trazo, que estuvo en un cajón guardado por varios años, hoy te mira y no te reconoce, y seguramente, vos tampoco a él.
Ese papel que alguna vez guardó un secreto y que le costó tanto retenerlo, prefirió sacrificarse en el fuego antes de develarlo.
O ese papel que una vez guardó sonrojado palabras de amor que salieron desordenadas, sin rima y con poca coherencia pero con mucha convicción.
Ese mismo papel que te quitó el sueño durante largas noches de estudios y aunque lo hayas subrayado en amarillo, celeste o rosa, la mayoría de esas marcaciones siempre quedarán marcadas ahí, en el papel y poco en tu memoria.
El papel que te hizo firmar y te llenó de dudas, mira tu nombre todos los días y te recuerda que mientras él viva, las cosas se tienen que cumplir.
El papel de ese chicle que nació para envolverlo y protegerlo estando seco o mojado, nuevo o viejo, con sabor o sin sabor.
También está ese papel, que reencarnó en otro papel y que sabe que lo va a seguir haciendo eternamente.
Hoy, mientras presiono teclas, recuerdo con nostalgia todos mis papeles, y con cada click los alejo nuevamente.